Alquimista es la persona que se propone cambiar internamente.
Carl Jung
En esta narración Jorge Luis Borges nos presenta a Paracelso, un filósofo, astrólogo y alquimista, un maestro de las Ciencias Naturales, quien un día recibe a un joven que llega a su puerta en busca de respuestas y quiere ser su discípulo. Pero el maestro le aclara que si es oro lo que busca entonces pierde su tiempo porque no lo aceptará.
En la búsqueda, el aspirante a discípulo le pide al maestro una prueba: que queme una rosa y la haga resurgir de las cenizas, pretende ver la aniquilación y resurrección de la rosa para comprobar que la fama del maestro es verdadera. Quiere ver el proceso de desmaterialización y materialización con sus propios ojos, la transmutación o el cambio.
Sin embargo, ante el pedido, Paracelso se niega porque de hacerlo, el joven igual podría argumentar que se trata de una apariencia impuesta por medio de la magia y no despejaría sus dudas a pesar de todo.
Y en esta narración, se cuestiona la falta de fe, esa fe necesaria en todo lo que emprendamos, en todo lo que nos propongamos, sino no podremos avanzar en el camino. La capacidad creativa es más que nada un acto de fe plena, el punto de partida y vehículo para alcanzar la palabra.
Pero Griserbach, el aspirante a discípulo, reconoce esa falta de fe aunque ya es tarde, porque el maestro le exige tener fe, ya que de no ser así se está imposibilitado para el arte.
El joven, contrariado, arroja la rosa al fuego y afirma que llegó hasta allí para recorrer a su lado el camino que conduce a la piedra. A lo que Paracelso responde que “el camino es la piedra, cada paso que darás es la meta, y no hay meta sino camino.”
Y la duda es la que hace al aspirante a discípulo perder la oportunidad de aprender.
Una vez que el Griserbach se marcha, “Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. Y la rosa resurgió”.
Jorge Luis Borges